Eutanasia y renuncia a tratamientos

(ABC, Cartas al director, 9 de mayo de 2006).

Ante el fallecimiento de Jorge León, persona con pentaplejia que vivía en Valladolid, quiero en primer lugar manifestar mi respeto para él y para su familia.

Aunque disponemos todavía de una información bastante incompleta, lo que he leído hasta ahora me suscita algunas reflexiones que –como médico- me gustaría compartir.

La respiración asistida es un tratamiento “invasivo” que, salvo situaciones urgentes e imprevistas, requiere el consentimiento del paciente para ser instaurado. En cualquier caso, una vez iniciada, también es necesario el consentimiento del paciente competente para continuar con ella. Cualquier persona enferma tiene la posibilidad de renunciar a aquellos tratamientos que considere desproporcionados para su situación.

Parece ser que Jorge no deseaba seguir con la respiración asistida, pues se encontraba en la fase final de un estado irreversible y sufriendo frecuentes infecciones respiratorias. Por tanto, como era capaz de comunicarse, podría haber pedido que le retiraran el respirador y su renuncia a ese tratamiento tendría que haber sido respetada. Naturalmente, antes de retirar la respiración asistida se le habría sedado para evitarle cualquier sufrimiento. Esa actuación –probablemente estudiada antes por un comité asistencial de ética- no hubiese tenido tampoco ningún reparo legal, pues no se trata de un caso de eutanasia sino de lo que en bioética se conoce como “limitación del esfuerzo terapéutico”: la causa de la muerte no hubiese sido la actuación del médico sino la dificultad respiratoria ocasionada por su enfermedad.

Por tanto, no parece necesaria ninguna modificación legal para que Jorge hubiese fallecido en su casa –como deseaba-, con una correcta atención médica y sin sufrir en sus últimos momentos.

Damián Muñoz
Médico