Usted, ¿para qué sirve?

(La Razón, 11 de febrero de 2005 - Cristina López Schlichting). ¿Para qué sirve la vida humana?¿Tiene que servir para algo o alguien?
Pensemos en los tontos de los pueblos. Esos discapacitados psíquicos que se pasan el día al sol, con la lengua fuera.
O en los ancianos que alfombran los parques de paseos cortos y lecturas minuciosas del periódico.
O en los enfermos incurables que roban horas y horas  de la vida de alguna mujer u hombre abnegado que los asea, cambia, da de comer y da la vuelta en la cama. Si la vida tiene un sentido utilitario, esta gente sobra. No produce, está de más. Causa y padece sufrimientos. Su pervivencia, los gastos sociales que ocasiona, los esfuerzos que supone sólo podrían tolerarse en la hipótesis de que la vida humana no existiese «para» sino que constituyese un bien innegociable. Eso nos llevaría a afirmar que la persona es un valor «per se». Un principio absoluto, no supeditable a ningún otro. Actualmente no hay «quórum» al respecto. Los etarras y quienes les ayudan piensan, por ejemplo, que es lícito sacrificar algunas vidas para conseguir un fin político que, a su juicio, procurará la felicidad a muchos.
Hay quien considera que a una persona inconsciente, en coma sin muerte cerebral, hay que limitarle el alimento y causarle la muerte (el caso se discute ahora en Estados Unidos). Son las paradojas de una sociedad que evita los debates a fondo sobre el sentido de las cosas y que se está acostumbrando a juzgar todo desde la casuística sentimental: ¿Que Ramón Sampedro quiere suicidarse? Vale, pobre hombre, está en su derecho. ¿Que Christopher Reeves estaba desesperado por su tetraplejia? Vale, aprobemos la investigación con embriones humanos. ¿Que alguien no soporta la idea de tener un niño mongólico? Que lo aborte. Y a este ritmo, imperceptiblemente, se va difuminando el valor de la vida humana.
La última vuelta de tuerca es el proyecto de ley de reproducción asistida del Gobierno. A partir de ahora se crearán embriones para la investigación y otros que «sirvan» , entre otras cosas, para curar a sus hermanos enfermos. Ambas iniciativas están movidas por la «caridad». En un caso para ayudar a la investigación científica, en el otro, para aliviar a unos padres desesperados y a un niño que puede morir. Pero las dos consagran el principio de que los seres humanos podemos ser utilizados «en función» de otros. Cuáles son los fines lo irá decidiendo el poder en los próximos años.